La envidia es un fenómeno psicológico muy común que hace sufrir enormemente a muchas personas. Tanto a los envidiosos como a sus víctimas. Puede ser leve o intensa, simple o compleja, consciente o inconsciente, explícita o involucrada en algunos síntomas neuróticos... No hay envidia "sana". La envidia es siempre un doloroso sentimiento de frustración por alguna carencia que, siendo nuestra, nos parece que los demás no tienen, por lo que sufrimos contra ellos, consciente o inconscientemente, una gran hostilidad. ¿Por qué?
El envidioso es un insatisfecho que, con frecuencia, no sabe que lo es. Por ello siente secretamente mucho rencor contra las personas que poseen algo (belleza, dinero, sexo, éxito, poder, libertad, amor, personalidad, experiencia, felicidad...) que él también desea pero no puede o no quiere desarrollar. Así, en vez de aceptar sus carencias o realizar sus deseos, el envidioso simplemente odia y desearía "destruir" a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación. La envidia es, de este modo, la rabia vengadora de quien, en vez de luchar por sus anhelos, prefiere eliminar la competencia. Por eso la envidia es una defensa típica de las personas más débiles en cualquier sentido.
La envidia es parte
inseparable de esa otra gran defensa neurótica, el narcisismo,
desde el que el sujeto experimenta un ansia infatigable de destacar,
ser el centro de atención, lograr valoración en toda circunstancia.
Por eso tantas personas se
sienten continuamente amenazadas por los éxitos, la vida
y la felicidad de los demás y, atormentadas por la envidia, viven en perpetua competencia contra
todo el mundo. No es ya que los demás tengan cosas que
el envidioso desea. ¡Es que las desea
precisamente
porque los demás las tienen! El envidioso es un niño
inmaduro. Y su sufrimiento condiciona enormemente su
personalidad, su estilo de vida y su felicidad.
Las formas de
expresión de la envidia son innumerables. Por ejemplo, críticas,
murmuración, injurias, desdén, rechazo, agresiones, dominio, represión,
humor negro, rivalidad, difamación, venganzas... A
escala individual, la envidia suele formar parte de muchos trastornos
psicológicos (algunos complejos, ansiedades,
depresiones, malos tratos...). En las relaciones personales,
familiares y
de pareja, está involucrada en muchos conflictos y rupturas. En lo socio político
, su influencia es determinante. Por ejemplo, la
envidia masculina del poder sexual, emocional y procreador de las mujeres
alimenta el machismo. La envidia de la fuerza y despreocupación del varón
nutre el feminismo. La envidia de los pobres estimula la protesta social. La envidia de los
ricos fomenta sus luchas
intestinas. La envidia de los vanidosos sostiene las artes y
espectáculos. La envidia
de las mujeres robustece el colosal negocio de la belleza y las modas.
La envidia de los hombres excita su competitividad y sus negocios. La
envidia sexual es el combustible del morbo y la pornografía. La
envidia económica desenfrena el motor consumista... Etcétera.
No hay que
confundir la envidia con los celos, que son cosas muy
distintas. La envidia desearía destruir al objeto-espejo. Los celos, en cambio,
desean conservar a toda costa el afecto del otro/a. No obstante, ambos sentimientos pueden ir
juntos a veces. Por ejemplo, en los casos de infidelidad amorosa,
algunas personas agreden a su pareja infiel no sólo por el dolor de
los celos ("agresión-castigo"), sino también por su secreta envidia...
¡pues el engañado/a estaba reprimiendo sus propios deseos de ser infiel! Etcétera.
En suma,
cuanto más infantil, neurótica o insatisfecha es una persona, tanto más
envidiosa resultará necesariamente. La envidia sólo
se cura madurando la personalidad y resolviendo las propias carencias. La persona madura no envidia a nadie.
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